Los días pasan, los meses pasan y las ventas pasan, pero de largo.
No hace tantos años estaba ahí, frente a la pantalla, más de 10 horas cada día.
Era emprendedor digital, o eso decía.
Un diseñador web que buscaba cada día nuevos clientes y pasaba horas y horas aguantando en sesiones de zoom, a gente que no me valoraba.
¿Cómo iban a hecerlo si yo era el primero que no creía en mí?
Dicen que los años ponen todo en su lugar.
Y yo siempre he creido mucho en esa frase, creo que hay pocas cosas más ciertas que esa frase.
Años.
Todo en su lugar.
Todo llega.
Pero, ¿qué sucede cuando esos años se hacen muy largos y no llega nada?
Te desesperas.
Es cierto que si uno curra y curra en serio cada día, todo llega.
Seguro.
Esto hasta el más tonto lo entiende.
Pero yo tenía pagos, facturas y gastos que esos sí venían cada mes, sin falta.
Y había que pagarlos.
Si ya estaba trabajando más de 10 horas al día y más de la mitad de ese tiempo lo hacía gratis, ¿qué mierda de negocio era ese?
Resulta que un día en 2015 decides empezar a trabajar desde casa para cuidar de tu hija y conforme vas trabajando vas viendo que cada vez pasas menos tiempo con ella.
No tenía sentido.
Me decía a mí mismo cosas como:
Hay que sembrar para recoger después.
Algún día el esfuerzo traerá recompensas.
La próxima vez seguro que gano X.
Me contaba yo mismo un montón de gilipoyeces que no eran más que simples escusas que yo mismo me decía para no aceptar que mi negocio no iba bien, que era una mierda.
Entonces, un día me cansé.
Me cansé de hacer lo que todos hacían.
Me cansé.
De buscar nuevos clientes cada mes.
Rebajar mis precios para ser más barato que mi competencia.
De dejar que me mangoneasen.
De decir que si a todo.
De hacer 3 o 4 páginas web ales y aún así llegar con cero euros al día 31.
¿Qué hacía mal?
Había mucha competencia y todos hacían los trabajos a precios que yo tenía que hacer porque si no no me contrataría nadie (eso creía)
Estaba en un punto en que tener trabajo era más importante que tener dinero.
Y esto ERA UN ERROR.
Así que me cansé.
De los clientes.
De trabajar tantas horas.
De estar disponible las 24h por whatsapp para todos.
De mirar el móvil a todas horas mientras mis hijos requerían de mi.
De enfadarme si me interrumpían.
De poner el trabajo por delante de todo.
De todo eso.
Joder, si empecé a trabajar en internet por ellos ¿Por qué internet me separaba de ellos?
Ya un día me planté.
Ahí empecé a rechazar algún cliente.
Empecé a subir precios.
Empecé a decir que no.
A trabajar solamente 3-4 horas al día mientras ellos estaban en el cole.
Y TODO CAMBIÓ
Ahí cambió.
No eran mis clientes.
Ni el trabajo
Era yo.
No me valoraba.
Cuando empecé a cambiar, empezó a cambiar todo lo demás.
Hay una cosa que hago bien.
Muy bien yo diría.
Y es diseñar páginas web.
Pero, no páginas de esas llenas de puntos de fuga y enlaces que lo único que hacen es que el que entra no haga nada.
De esas no.
Yo hago webs que venden.
Que registran personas.
Que convencen.
De esas que cuando una visita llega, o cierra la página o te compra.
No hay más opciones.
El dinero es importante.
Y tú negocio más.
Y ahí, viendo tanta basura y páginas web que no sirven para nada, ahí es donde entro yo.
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